Battosai
Una pareja de ancianos de un pueblo viaja a Tokio para ver a sus hijos.
La mejor película de uno de los mejores directores de la historia es, como no podía ser de otra manera, una de las mejores películas que se ha rodado nunca.
Si a alguien no le había quedado claro que Ozu es un maestro, no tiene más que ver esta obra. Y es que logra algo dificilísimo. Consigue mantener la atención del espectador durante nada menos que dos horas y cuarto sin tener un argumento especialmente interesante y desde la sencillez más absoluta. Para que os hagáis una idea de lo sencilla que es la realización, la cámara solo se mueve una vez en toda la película, y lo hace muy lentamente. Y aun así resulta perfecta. Muy pocos lograrían lo mismo.
¿Y cómo es que no solo no aburre sino que es una de las cosas más grandes que nos ha dado el séptimo arte? Pues porque nos cuenta una historia intimista y universal con una naturalidad pasmosa. Nunca se han retratado las relaciones humanas en general y las de padres e hijos en particular mejor que aquí, y probablemente Cuentos de Tokio nunca se verá superada en este aspecto.
El guión, como se puede deducir de lo que he dicho, es perfecto, y los actores resultan tan naturales que casi no parece que actúen, especialmente Chisu Ryu y Setsuko Hara.
Un 10.
Ulises
El blog da un salto de calidad con el comentario de la película más famosa del que considero el mas grande director de todos los tiempos de esa cosa llamada séptimo arte.
Tokyo Monogatari no es de ningún modo película diferencial dentro de la obra de Ozu, sino que es un capítulo más de esa gran y única película que parece conformar toda su cinematografía. La misma temática interfamiliar y costumbrista y el incapié en las brechas generacionales entre padres e hijos que caracterizan su obra se encuentran en un filme que en este caso ahonda en la dispersión familiar y la pérdida de vínculos que irremediablemente ésta produce. Padres que en la recta final de su vida buscan el reencuentro con sus hijos, hijos cuya vida está ya establecida y ajena a esos padres, el hallazgo de ese buscado amor filial precisamente en quien menos se podría esperar y una emocionantísima escena final que ocupa el puesto de honor en mi ranking sentimental son solo algunos de los principales matices que encontramos en el filme, aunque ahondando en cada una de sus escenas podriamos estar descubriendo muchos más de forma casi ilimitada. Y como siempre, Ozu nos muestra los gestos y costumbres que una y mil veces vemos en la vida cotidiana de una forma que nos hace pensar en ellos y en los significados que ocultan detrás.
Y sobre el tema actoral poco se puede decir que no se haya dicho ya mil veces o sin entrar en comentarios grandilocuentes. Estamos hablando de una película de Ozu, lo cual casi siempre ha sido sinónimo de la presencia de ese alter ego actoral de él mismo que fue el gran Chishu Ryu y de la de la sacrosanta divinidad Setsuko Hara, de la que me cuesta hablar sin emocionarme, aparte de nombres del calibre mítico de Kyoko Kagawa o Haruko Sugimura, trozos de historia de lo que ha sido (y es, que Kagawa sigue en activo) la historia del cine japonés del último siglo.
Llamarla obra maestra es insultarla, obras maestras son las películas de otros. Las de Ozu eran otra cosa.
1 comentario:
Yo creo que la visto... Ya, ya sé, supongo que sería difícil de olvidar pero...será que mi memoria está desgastada ya...
La veré, Ulises...tu comentario me deja con ganas de disfrutar de una buena película.
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